jueves, 19 de mayo de 2011

Le Premier Enfant en La cigale.



Foto: Le premier enfant en Blackbird/Temperley.


El duo/trio de zona sur se presentó en la medianoche del Jueves en el local de Microcentro. Sensibilidad pop, arrogancia electrónica y problemas con los bafles de La Cigale.

Por Juan Marco Castiglione

El cronista termina su combo en el burger king y emprende camino hacia La Cigale, ahí, a metros del Luna Park, palacio de los deportes, donde está terminando el recital de John Fogerty. Se ve a los fans del norteamericano subir por corrientes, tal vez en busca de un taxi, de un colectivo, o tal vez buscando un lugar en las cuartetas, quien sabe. Pero el cronista sigue su marcha, y finalmente llega al ¿Resto bar? ¿Pub? ¿Boliche? que le afanó el nombre a su homónimo francés. La fecha luce en un principio, ecléctica: Le premier enfant + muchas nueces + sensacional estreno. Synthpop mas dos bandas que lo mas cerca que estuvieron de un sintetizador fue en alguna vidriera de la calle Talcahuano.

La cerveza en La Cigale es relativamente accesible a comparación de otros lugares en Capital Federal. En la barra atiende un negro que aparenta ser francés, pero más aparenta ser uno de esos personajes secundarios que aparecían en las novelas de John Dos Passos: Una criatura por fuera fascinante, pero que en su vida cotidiana debe ser de un gris ceniza. Si, uno se lo imagina, viendo como sirve la cerveza, viendo como deja que chorrée la espuma al servir el porrón. Si, definitivamente no es como los franceses de las películas. No creo que repita su nombre adelante del espejo.

La cerveza está a medio tomar cuando, pasadas las 12 en punto de la medianoche, comienza el mini set de LPE. A mi lado se encuentra el crédito de Longchamps, Ale Schuster, quien solo exclama elogios para la banda "muy bueno" "muy bien" "muy talentosos". Exclamaciones a las que respondo con una leve afirmación con la cabeza. Federico Saint-Esteben, en teclados y voz ¿principal? se mueve como una cobra encantada. Movimientos suaves, peligrosos. El sintetizador en cambio, si bien conserva un tinte francés, a tono con el lugar, destila rebeldía. Es el mayo francés hecho oscilación digital. No suena como una chanson, suena como un haz de luz rugiendo por las calles de París. La caja de ritmos late como un corazón de acero inoxidable. A su izquierda, Yani Yaniro. Yani toma el bajo del post punk, lo pule, le pasa una franela, y lo aggiorna a los ritmos que comanda la vieja Roland tr-505. Es sofisticado, pero agresivo, como si fuera una obra inédita del infame Baudelaire. Basicamente es eso, un dandi. El bajo cabalga, flota sobre el recinto y envuelve al publico con la potencia de un chaleco de plomo. A la derecha, haciendo su debut en la agrupación se encuentra Andrés Burztyn, en percusiones. Y son sus manos rebotando sobre los bongoes las que hacen que el ritmo industral que expele la máquina de ritmos vire hacía un tropicalia, que adquiera cierto sabor latino. Y se sucede un tema detrás de otro. "No te voy a enseñar a bailar", "Puede cambiar", "Banfield", temas que combinan la sensibilidad del synth pop, con texturas que van desde Victoria Mil hasta los viserales Travesti. El sonido del lugar no ayuda. Los instrumentos acoplan, el sintetizador satura. El público tampoco ayuda ya que la heterogeneidad de la fecha, sumado a que nos encontramos en un día de semana, hacen que la afluencia de publico sea escasa, y que el publico presente este más interesado en las restantes bandas, más afines entre ellas musicalmente, pero alejadas de la vanguardia que ofrece LPE.

Es entonces cuando Saint-Esteben, en el sexto tema anuncia "es el último tema" y, efectivamente, es el último tema. Y la noche para el cronista termina. Porque, si bien tocaban dos bandas mas, uno ya vió lo que quería ver. Vanguardia, rebeldia y synthpop en un combo de no más de 25 minutos.

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