Durante la presentación de su primer vinilo, el dúo devenido trío genera un sonido que sube y baja y vuelve a subir, entrelazando canciones, voces y sensaciones desde un bólido que ruge y deja a su camino una estela luminosa como arco iris.
Por Juan Marco Castiglione
Fotografía gentileza de PVCCM
Buenos Aires, mayo 17 (Agencia NAN, 2011).- En los últimos años hubo un revival del vinilo. Fueron varias las bandas que lanzaron al mercado discos en ese soporte, en sintonía con un público que reivindica su calidad sonora en una era marcada por la compresión y la esterilidad del mp3. El vinilo de Prietto Viaja al Cosmos Con Mariano tuvo su bautismo en la noche del 14 de mayo, en el marco de la fiesta que el sello independiente Echo-Resonance organizó el viernes en lo que es la segunda casa de la banda, el club de cultura Plasma, en el límite de los tangueros San Telmo y Barracas. La velada mágica y misteriosa se completó con las presentaciones del francés Manuel Grotesque y los nativos Los Infantes a modo de preámbulo y calentando el ambiente para lo que estaba por llegar.
El público llenaba el reducto y las cervezas se entrelazaban en brindis y hurras cuando el dúo de Villa Crespo subió al escenario. Ahora bien, si Prietto Viaja Al Cosmos Con Mariano (PVCCM) no es el nombre más literal del rock, pega en el palo. La propuesta del dúo, devenido en trío con el agregado de un sintetizador, es justamente esa: un viaje surcando la galaxia, de la mano de capitanes Betos a bordo de una nave hecha con retazos de sonido lisérgico y envolvente. El trip espacial es el Ethos fundamental de PVCCM. Su set va de arriba hacia abajo y una vez más hacia arriba, como si el cielo fuera una gran montaña rusa: gira, desciende y cuando creemos que pisamos nuevamente tierra firme, la guitarra se envuelve en llamas, la batería hace estremecer los cimientos, y el sonido vuelve a ascender hacia los cielos del rock psicodélico, en un bólido sonoro que ruge y deja a su camino una estela luminosa como arco iris.
Los recitales de PVCCM no siguen el mandato habitual, sus temas no tienen principio ni final, sino que se entrelazan unos con otros, como una larga formación de vagones. Uno detrás del otro, entrelazados mediante puentes instrumentales. Las voces se mezclan con el eco y se disuelven en el infinito. Maxi Prietto comanda las guitarras con wah wah que hacen guiños a aquellos pioneros de la psicodelia, el eterno Jimi Hendrix y el Diamante loco de Syd Barret. El otro tandem instrumental, conformado por la bateria piloteada por el enigmatico y especial Mariano, dirige el pulso y nos excita o nos seda, con furia primal, o un swing por momentos casi jazzero.
Prietto, pequeño pero astuto, Mariano, gigante, demoledor, como si fueran los Asterix y Obelix del rock, le cantan a amores de verano. Pero no con la banalidad con la que supo hacerlo Airbag, si no con la sensación de que ellos, y también nosotros (público), vivimos la misma y fugaz historia. “Fue un verano fatal, con las resacas y borracheras/ y en medio de esta guerra, que era vivir así/ yo me enamoré de vos, yo me enamoré de vos”, reza un Prietto que jamás mira al público. Como un Jack White autóctono, canta casi de espaldas, mirando a Mariano, o a ese cosmos que a cada momento se encuentra más cerca. Y le canta, o mejor dicho le silba, al micrófono, en la dulce y melancólica “Cruzando el parque”. Y las metáforas antagónicas-apocalípticas de “Tu eres quien va” donde aúlla como un lobo: “Tu eres quien va, por agua/ en el pueblo cubierto de fuego”. Mientras, una nube de feedback púrpura se esparce sobre los oídos de la pequeña multitud en trance.
Y llega “el bombero” uno de los temas que integra el vinilo de 12'' a 45rpm, y llega la psicodelia hecha blues, los riffs agresivos de un Prietto devenido en un “Pappo en LSD”, los gritos desgarradores pidiendo fuego. Las almas también se prenden fuego. También se acerca un sintetizador que amenaza como una nevada mortal de Oesterheld. Entonces, de golpe todo baja, todos descendemos, “y ahora nos drogamos con gente que no conocemos”, y nos cantan sobre la tristeza, sobre los niños que se portan mal, sobre vacaciones. Ya pasó más de una hora de recital, y Mariano le pregunta a Prietto “¿ahora que tocamos?”, y el niño Prietto le responde: “Avenida Corrientes”.
Entonces llega Avenida Corrientes, ese himno a la soledad, a la avenida que nunca duerme. Uno puede sentirlo, puede sentir la madrugada en Corrientes, las madrugadas de sábado, la mugre y la furia. Se siente cuando Prietto canta con resignación redentora: “Caminando por Corrientes, los tontos se mordían los dientes, y yo, en soledad, fui a buscar dolor/ solo encontré a la felicidad de ser tan necio, de no estar sobrio/ de olvidar/ de recordar si me había olvidado a no extrañar”, coronado con esa declaración de principios urgente y desoladora envuelta en un último lamento donde el absurdo “es que uno, es uno, y ya”.
Desde allí, el recital termina. Termina con la sensación de estar presenciando un nuevo amanecer...aunque sean las 3 de la madrugada. Se sienten los rayos del alba iluminando el lugar, pero no es el alba, son Prietto y Mariano, que volvieron al planeta, en su nave incandescente, recién llegada del firmamento.
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